Me siento como Dora la exploradora, escribiendo esta entrada debajo de una mosquitera con una linterna y el rugido de las olas y los sonidos de la selva como banda sonora. Y es que me parece estar viviendo una película de Tarzán.
Salí esta mañana del aeropuerto Olaya Herrera, que se usa para vuelos nacionales porque es muy pequeño. Primera sorpresa en el mostrador de facturación, me pesan como si fuese una maleta, he engordado vaya faena! Los 19 pasajeros del vuelo chárter de Searca vamos por el aeropuerto hasta una avioneta, antes de subir nos obsequian con un jugo, unas galletas y tapones para los oídos. Se ponen en marcha las hélices y nos vamos, el vuelo es agradable (con los tapones que aislan del ruido) y el paisaje espectacular, sobrevolando montañas, al salir del Valle de Aburrá, selva y finalmente el océano para aterrizar en Nuquí.
Un aeropuerto minúsculo en medio de un pueblo nos recibe, donde la gente espera curiosa para ver a los turistas que llegan. Tras pagar el impuesto turístico (7000 pesos/3€) me uno al grupo que va a PiedraPiedra, una familia de 6 personas que vienen a celebrar las bodas de plata de los padres.
Nuqui es una de las zonas más pobres de Colombia. No hay asfalto en las calles y tampoco alcantarillado, sin embargo se respira buen ambiente, gente feliz que vive con lo justo pero no pasa hambre, tienen el mar para conseguir alimentos. Voy a una tienda a comprar zapatos para el agua, el dependiente intenta sintonizar una emisora en la radio y se pone muy contento cuando escucha una canción de salsa. Todo funciona a batería que se recarga con paneles solares, tampoco hay señal de celular y mucho menos internet, pero para qué?
Janet la encargada del hotel Piedrapiedra nos pide que esperemos un poco en el muelle tomando algo. "Que pena con ustedes pero la comida no ha llegado en este vuelo y viene en el de otra compañía". No pasa nada, estamos de relax y aprovechamos para conocernos tomando una cerveza. El calor es sofocante y por fin llega el avión de Satena con la comida para Piedrapiedra. Nos vamos en lancha hasta el hotel que está a unos 45 minutos a buen ritmo.
El paisaje me deja sin palabras, playas infinitas rodeadas de selva y un mar bravo de color esmeralda. Las playas no son blancas como te imaginas una playa paradisíaca, pero son increíblemente bellas y vírgenes. Llegamos a unas cabañas camufladas entre la vegetación, todo es ecológico. La nevera funciona con agua de un riachuelo y un molino, la luz con energía solar y apenas funciona unas horas. Es un sitio idílico.
Después de almorzar salimos a buscar ballenas pero no hubo suerte, al menos vimos delfines y una bonita puesta de sol. Mañana toca explorar la selva y quien sabe si las ballenas nos saludan a lo lejos.
Ahora voy a dormir, aunque la humedad es muy alta y la temperatura también, por las ventanas de la cabaña que no tienen cristal entra un aire refrescante de la selva. Creo que acerté con este viaje, buenas noches!
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